22 marzo 2011

Educación democrática


ENTREVISTA DAVID GRIBBLE, PROFESOR Y EXPERTO EN EDUCACIÓN NO AUTORITARIA


“En una escuela democrática niños y adultos toman decisiones juntos”


Heike Freire , Londres
Sábado 29 de abril de 2006. Número 27

Profesor en la Dartington Hall School (Londres) durante 30 años y cofundador de Sands School, David Gribble ha dedicado toda su vida a la educación no autoritaria. En 1992 participó en la creación del Movimiento Internacional de Educación Democrática que agrupa a un número creciente de escuelas basadas en la libertad de aprendizaje. Es autor de Educación auténtica. Diferentes formas de libertad (1998), Los niños no empiezan las guerras (2000) y Lifelines (2004).

PASO A PASO. “No es posible cambiar una escuela anunciando repentinamente que a los niños se les concede un lote completo de nuevos derechos”Al principio de su carrera enseñó durante tres años en una escuela convencional. Según Gribble, fingió todo el tiempo intentando imponer en sus clases valores en los que no creía. Desde entonces, ha visto una gran diversidad de escuelas democráticas en todo el mundo.

DIAGONAL: ¿Qué entiendes por “educación democrática”?

DAVID GRIBBLE: Es tan sólo el nombre de moda para lo que hace 50 años se llamaba “educación progresista” y ahora la gente que, por ejemplo, lleva Butterflies (una organización de niños y adolescentes trabajadores y de la calle en Delhi) llama “educación no-formal”. Cubre una gran variedad de formas de educación, pero el elemento más importante es una relación de respeto mutuo, afecto e igualdad. En una escuela democrática los niños y los adultos toman decisiones juntos, deciden qué clases deben darse, qué normas son necesarias, qué profesores nuevos deben contratarse y, a nivel individual, cada niño decide si desea asistir a una clase, qué ropa vestir y cómo emplear su tiempo libre.

D.: ¿Qué aspectos consideras positivos y cuáles problemáticos?

D.G.: Una de sus fuerzas es que los niños que son tratados con respeto, confianza y cuidado, mantienen su natural autorespeto, confianza en sí mismos y preocupación por los demás. Los niños que son dominados, a los que se trata con desconfianza y hostilidad, tienden a volverse rebeldes, deshonestos e impredecibles. Los niños a los que se ha permitido elegir lo que desean aprender suelen mantener su interés por el aprendizaje. Un problema es que los niños que han disfrutado de una educación democrática, a veces encuentran difícil entrar en un mundo en el que las opiniones de la gente joven no se toman en serio. Esto me parece un problema, pero es el mundo el que necesita cambiar, no las escuelas democráticas.

D.: La mayoría de las escuelas democráticas son privadas, ¿qué clase de alumnado puede beneficiarse de este enfoque?

D.G.: Muchas de las escuelas democráticas en occidente son, en efecto, privadas; a los gobiernos no les gusta la idea de dar libertad a los niños, pero hay muchas excepciones: por ejemplo las escuelas en Kleingruppen en Suiza, la escuela elemental Prestolec en el Reino Unido, la escuela de la autodeterminación en Rusia y la Urban Academy en los Estados Unidos. La crítica de “ghetto” para gente rica me preocupó tanto en el pasado que estuve algunos meses investigando lugares como una residencia escocesa para evacuados altamente problemáticos durante la segunda guerra mundial, un instituto de Chicago para gente joven inmerso en la cultura de las bandas mafiosas, un pueblo de niños en Tailandia para huérfanos y víctimas de abusos, y la organización Butterflies en Delhi. Esta es mi conclusión después de la investigación, recogida en Lifelines, el libro que escribí sobre ellos: “Los niños para los que la educación no-formal es más importante son los despojados, los aplastados, los abandonados y los desesperados. Para los ricos, esta educación es deseable; para los pobres, es esencial”.

D.: ¿Piensas que sería posible democratizar la escuela pública?

D.G.: Es muy difícil cambiar una escuela una vez que ha sido creada. El Instituto por una Educación Democrática, en Israel, ayuda a las escuelas que ya existen a democratizarse, siempre que niños, madres, padres y equipo docente estén de acuerdo. Estos procesos suelen llevar cuatro años. No es posible cambiar una escuela anunciando repentinamente que a los niños se les concede un lote completo de nuevos derechos. En la Highfield Junior School, en Plymouth (Inglaterra), cuando a Lorna Farrington, la nueva directora, se le permitió hacer todo lo que quisiera porque la escuela estaba teniendo problemas, empezó por preguntar a cada grupo qué reglas quería poner en sus clases. Algunos años después los niños participaban en la selección de nuevos profesores, manejando los problemas de disciplina y llamando a los padres para hablar con ellos cuando pensaban que era necesario. Es posible democratizar una escuela autoritaria, pero lleva mucho tiempo.

D.: ¿Crees que la educación democrática podría ser una de las respuestas a la crisis actual?

D.G.: Mi impresión es que la educación democrática está avanzando en dos frentes: cada año hay más escuelas democráticas privadas en países distintos, y además los educadores de calle están siguiendo una orientación democrática aunque sólo sea porque estos niños no aceptan la autoridad adulta. También es cierto que en el mundo industrializado occidental la educación está fallando en dos cosas: cada vez más niños se niegan a ir a la escuela y muchos están traumatizados por la presión que reciben para que tengan éxito en los estudios. Estos problemas se están reconociendo y hay movimientos hacia una mayor democracia en las escuelas estatales, incluso en Inglaterra, donde el Gobierno es aparentemente hostil a la idea.

D.: En abril visitarás España para dirigir un taller con madres, padres y educadores, ¿cómo ves la situación en este país?

D.G.: Es la primera vez que viajo a España con este propósito, pero por los contactos que he podido tener, creo que existe un gran interés en este tipo de educación, tanto por tradición, como por lo que se podría llamar un movimiento emergente de renovación que está tomando fuerza.

La escuela pública inglesa

Blair hizo a primeros de marzo su apuesta más arriesgada como continuador del ‘thatcherismo’ cuando presentó al Parlamento una ley de reforma educativa que incorpora criterios de libre mercado a los colegios públicos (podrán ser gestionados por empresarios o grupos religiosos, y fusionarse si tienen éxito). La nueva ley de Educación fue aprobada el 15 de marzo con el apoyo de la oposición conservadora y el voto en contra de 51 laboristas por considerar que “la educación debe ser igualitaria”.


Extraído del periódico Diagonal

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